Por Marco Cálix
Durante el programa radial, Sigamos a Cristo Misionero que se emite por Radio Católica 910 AM, conocimos el un testimonio de una madre que ha luchado con un hijo, especial en todos los sentidos.
Mirna Lorena Elvir no planeaba convertirse en testimonio. No soñaba con micrófonos ni con contar su historia en una cabina radial. Su deseo era sencillo y profundamente humano: ser madre. Pero Dios, que nunca concede los sueños de manera superficial, le confió una misión más grande de lo que ella imaginaba.
Alejandro tuvo su participación musical en programa Sigamos a Cristo Misionero
Marlon Alejandro llegó al mundo antes de tiempo, 14 semanas antes, pesando menos de dos libras, tan frágil que cabía en la palma de una mano. Los médicos no ofrecían esperanza. Las palabras que rodeaban su nacimiento eran duras: “riesgo”, “complicaciones”, “posibilidades mínimas”. Durante 61 días, la vida pendió de un hilo en una sala de hospital, conectada a oxígeno, rodeada de incertidumbre y silencio.
Cada día, Mirna caminaba hacia el hospital con el corazón en vilo, temiendo escuchar la noticia que ninguna madre debería recibir. A su alrededor, otros bebés en condiciones similares no sobrevivían. Y, sin embargo, ella se aferró a una fe que no gritaba, pero resistía. Una fe que no negaba el miedo, pero lo atravesaba. “Yo esperaba un día que no me dijeran que había muerto”, confiesa. Y aun así, nunca dejó de creer.
Cuando la oscuridad no apaga la vida
Marlon Alejandro sobrevivió. Pero la lucha no terminó ahí. La prematuridad y el tratamiento médico afectaron su visión: nació sin percepción de luz. Con el tiempo, se confirmó también un diagnóstico de autismo. Para muchos, eso habría sido el final de la historia. Para Mirna, fue apenas el comienzo.

“Yo soy sus ojos —dice ella—, pero él es mis pies”. En esa frase se resume una relación profundamente humana y evangélica: dos fragilidades que se sostienen mutuamente, dos vidas que caminan juntas aprendiendo a mirar de otra manera.
Criar a un hijo ciego y con autismo no es una tarea sencilla. Requiere paciencia infinita, vigilancia constante, renuncias silenciosas. Pero también abre puertas inesperadas. Marlon aprendió a caminar sin barandales, a orientarse en una casa de dos plantas, a escuchar el mundo con una sensibilidad que muchos videntes han perdido.
La música como lenguaje del alma
Cuando Marlon tenía apenas tres años, su madre descubrió algo que cambiaría su historia: la música. Golpeando una simple lata, comenzaba a crear ritmos. Luego vinieron los primeros teclados, los sonidos, las melodías. Sin clases formales, sin partituras, su talento brotó como un don puro.
Hoy, Marlon Alejandro toca piano, marimba, canta, baila y tiene una capacidad extraordinaria para reconocer fechas y calendarios. No ve el mundo con los ojos, pero lo interpreta con el alma. La música se convirtió en su forma de hablar, de expresar lo que las palabras no alcanzan.
Un músico profesional llegó a decirle a su madre: “Este niño va a ser un gran talento”. Y no se equivocó.
Una canción que narra una vida
Hace pocos días, un poeta hondureño convirtió esta historia en canción. Una salsa que no niega el dolor, pero lo transforma en esperanza. Una letra que dice una verdad que incomoda y libera: “La discapacidad no es ausencia que lastima, es otra forma de presencia que ilumina.”
Mirna lloró al escucharla. Porque en esa melodía estaba su vida entera: el miedo, la fe, las noches largas, las pequeñas victorias, el amor que nunca se cansa.
Un mensaje que interpela
Mirna no se presenta como heroína. Habla como madre. Y su mensaje es claro, directo y necesario: “No escondan a sus hijos. No los guarden por vergüenza. Sáquenlos al mundo. Ellos tienen los mismos derechos que todos”.
En una sociedad que muchas veces margina, que mira con lástima o incomodidad a quienes son diferentes, esta historia nos obliga a preguntarnos: ¿Sabemos mirar con el corazón? ¿Reconocemos los dones donde otros solo ven límites?
El autismo no es una enfermedad, insiste Mirna. Es una condición. Y quienes la viven suelen ser dotados de talentos que desafían nuestra idea de normalidad.
Una luz que no se apaga
Marlon Alejandro no solo es un hijo. Es una misión. Es una luz encendida bajo la sombra. Una prueba viva de que Dios no se equivoca al confiar sus obras más delicadas a manos aparentemente frágiles. Esta historia no busca aplausos. Busca despertar conciencias. Recordarnos que la vida, incluso cuando llega envuelta en dificultad, siempre trae un propósito. Y que, a veces, la verdadera luz no se ve… se escucha, se siente y se ama.
Porque hay historias que no se apagan. Y hay madres que, con fe y ternura, enseñan al mundo a encender luces donde otros solo ven oscuridad.
Aquí podrá ver el video de este interesante episodio de Sigamos a Cristo Misionero