Por Melvin Rápalo
El Evangelio de Mateo ofrece una de las escenas más determinantes para comprender la dinámica del llamado cristiano. Allí se describe el momento en que Jesús, al pasar junto al mar de Galilea, fija su mirada en dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y Andrés. Ambos estaban en lo cotidiano, echando las redes, sumergidos en la tarea simple y ardua de ganarse el pan. Y es ahí donde irrumpe la voz de Cristo: “Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 18-20). Ellos dejan todo “al instante”. No hay reflexión extensa, no hay condiciones. Hay fascinación. Ese modo directo, cercano, inesperado de Jesús sigue siendo un misterio que toca también nuestra vida. La llamada del Señor —que no siempre podemos señalar como un momento único o extraordinario— es una presencia constante que madura en el silencio, en la oración, en la experiencia comunitaria y sacramental. La buena noticia es que seguimos siendo llamados aun con nuestras limitaciones, porque Jesús no convoca a quienes ya son perfectos, sino a quienes desean caminar con Él.
Forma
San Andrés Apóstol ocupa un lugar especial en esta historia. Es reconocido como el primero en haber sido llamado por Jesús. Su figura, aunque a menudo opacada por la centralidad de su hermano Pedro, es fundamental para comprender la fuerza de una invitación divina. Andrés no solo escuchó la voz del Maestro antes que los demás, sino que actuó como puente: llevó a Pedro hasta Cristo. Sin su gesto, la historia de la Iglesia —y la del primer Papa— habría sido distinta. Su vida revela un corazón profundamente humilde. Andrés entendió que seguir a Jesús no se trata de protagonismo, sino de disponibilidad. Fue discípulo fervoroso, evangelizador incansable y testigo fiel. Fundó comunidades, sembró esperanza y dejó raíces de fe que perduraron por siglos.
Llamado
A criterio del predicador Denis Quintanilla, “La llamada de Jesús provoca fascinación porque no impone, invita. No promete comodidad, sino encuentro. No se dirige a héroes, sino a personas comunes con historias normales, miedos reales y sueños frágiles”. San Andrés encarna esa res- puesta libre y entusiasta que brota cuando alguien reconoce la mirada del Señor. Hoy, el llamado continúa. Cristo sigue pasando cerca de nuestras “orillas”, esas rutinas donde pasamos inadvertidos incluso para nosotros mismos. Que, a ejemplo del primer apóstol llamado, podamos redescubrir cada día la fascinación de seguir al Señor.
