Por: P. Juan Ángel López
Una vez más coincide, yo diría de manera providencial, que el desarrollo de nuestras elecciones en el país, se realice el día en que comienza un nuevo año litúrgico, con el tiempo de adviento. Si al adviento propiamente, le llamamos el tiempo de la esperanza, y aún estamos celebrando el Jubileo de la Esperanza, es necesario que nosotros, como creyentes, seamos agente de esperanza.
Es muy probable que en la historia reciente de nuestro país nunca hemos asistido a un proceso electoral tan viciado, tan marcado por una descarada manera de hacer propaganda a favor del partido que está en el gobierno, haciendo uso no solo de los medios del Estado, lo cual no es nuevo, sino el hecho de hacer campaña abiertamente en favor propio, valiéndose de la propia posición. Ese intento de control absoluto sobre las instituciones del Estado, debe terminar. No es un asunto de estar en contra o a favor de este o de aquel, eso no me corresponde señalarlo.
Pero lo que sí es cierto, es que no podemos permitirnos como nación, que sigamos funcionando bajo criterios en los que se busca subrayar las diferencias, pero no para proponer mejoras, sino para predicar odio. Este domingo, es el día en que debe hacerse valer el verdadero sentido de la hondureñidad, que no está determinado por un color político y mucho menos al servicio de personas que enfermas de poder, siguen haciéndole daño al país.
A este afán de dividir, debemos todos responder con una firme voluntad de no dejarnos amedrentar, ni hacernos esclavos de una narrativa que sólo está en la cabeza de aquellos que cuidan de sus intereses o los intereses de los que les han patrocinado sus fechorías a lo largo de los últimos años. Cuando me lo han preguntado en los últimos días, aquellos que de manera fraterna y hasta maliciosa, han querido saber por quién voy a votar este domingo, les he dicho, de manera igualmente jocosa, que lo único que tengo muy claro es por quién no voy a votar.
He sido criticado y alabado, por haberles llamado mitómanos a aquellos que, cargados de tanta mentira, han seguido pretendiendo engañar a nuestra población. A estos, por ellos y sus secuaces, no pretendo votar. Desde nuestra fe, y dado que sé que he orado bastante y lo seguiré haciendo, tampoco pretendo darle el voto a aquellos que promueven prácticas y leyes que atentan contra la dignidad de la Persona Humana, que promueven el aborto y reducen el matrimonio a una opción entre miles de inclinaciones que pervierten la sexualidad de las personas. Dicho esto, les invito de corazón, a participar de esta jornada de votaciones haciendo de ella una fiesta cívica en la que al final nos abracemos todos como hermanos, como miembros de una misma familia. Distintos, sí, pero no enemigos.
