Por: Carlos Muñoz
Al acercarse el 27 de noviembre, el corazón de muchos católicos siente una alegría especial. Así como se disfruta de obras magnas de la música sacra o lectura litúrgica, hay fechas como la Fiesta de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, que re- suenan como bella melodía. Aparte de ser una devoción muy inculcada por abuelas, mamás y la familia en general, celebrar la Medalla Milagrosa es una invitación a sentirnos cuidados por una Madre del Cielo que nos extiende sus manos llenas de gracia.
Historia
Esta devoción nos lleva a viajar en el tiempo a Francia, al París del año 1830 cuando en la capilla de la Rue du Bac, Catalina, una joven novicia de las Hijas de la Caridad, tuvo un encuentro que cambiaría la historia. La noche del 27 de noviembre, la Santísima Virgen se le apareció, de pie sobre un globo, aplastando la cabeza de una serpiente. De sus manos, salían rayos de luz. María le explicó que esos rayos simbolizan las gracias que derrama sobre quienes las piden. Alrededor de la aparición se formó un óvalo con una jaculatoria en letras de oro: “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”. La Virgen le pidió a Santa Catalina que hiciera acuñar una medalla según ese modelo, prometiendo grandes gracias para quienes la porten con confianza.
Proclamación
Así es cómo la voz del Cielo encontró eco en el corazón de la Iglesia. Esta aparición fue una antesala celestial a un gran acontecimiento. Veinticuatro años después, en 1854, el Papa Pío IX, iluminado por el Espíritu Santo, proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. La oración que la Virgen le enseñó a una humilde novicia en París se confirmaba como una verdad de fe para todo el mundo.
Medalla
Este sacramental, es un Evangelio en miniatura. En su anverso, vemos a María, la nueva Eva, victoriosa sobre el mal, mediadora de todas las gracias. En el reverso, una “M” entrelazada con una Cruz nos recuerda su presencia fiel al pie del Cal- vario. Los dos corazones, el de Jesús coronado de espinas y el de María traspasado por una espada, nos hablan de un amor que llega hasta el extremo. Y las doce estrellas son un símbolo de la Iglesia, reunida en torno a su Reina y Madre.
Santuario
Esta devoción, se vive con intensidad en su sede en la Parroquia de la Medalla Milagrosa, ubicada en el barrio San Felipe, donde el amor de madre no es historia sino presencia viva que nos protege día a día. El Padre Jesús Palau, Párroco de esta comunidad, detalla que para ellos “Celebrar esta solemnidad en el inició de Adviento significa un gozo, al igual aprender de María, que es la mujer de la esperanza y el adviento, ya que ella prepara su corazón para acoger al Señor”.
FIELES DEVOTOS DE LA VIRGEN
Darío Zúniga, miembro de la Medalla Milagrosa, explica que “Tener más familias consagradas, es una bendición ya que es entregar su vida al servicio, al igual tratar de imitar a la Virgen María en sus diferentes virtudes”. De Igual forma, Diana Nelson, es feligrés de esta comunidad y narra que “Celebrar a la Virgen de los Milagros, es aceptar que ella es nuestra Madre y le da gracias, porque siempre la cuida y es la que intercede ante el Padre por tantos favores”.