Iniciamos un nuevo año litúrgico con el primer domingo de Adviento. Tiempo previo a la Navidad que, como sabemos, expresa al mismo tiempo espera y camino. El Adviento es un tiempo lleno de profunda humanidad y de cercana divinidad. El capítulo segundo del profeta Isaías es un mini proyecto de fraternidad humana en la que también nosotros, como iglesia y como socie- dad nos identificamos. En el Reino que Cristo inaugura, el “Señor nos enseñará los caminos”, “Él será árbitro de pueblos numerosos”, y “las espadas de la división se convertirán en arados de trabajo y solidaridad”.
No se trata de una imagen poética, sino de un designio di- vino hacia el que debemos caminar todos de manera personal y comunitaria. En la carta a los romanos San Pablo nos urge a “despertar del sueño” del conformismo y abrirnos a la cercanía de la salvación, que en la noche de Navidad celebraremos. Por mientras y para preparar el encuentro con el Salvador, “despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz”.
Exhorta el apóstol a que “nos comportemos con dignidad, como quién vive en pleno día”, iluminados por la justicia de Cristo. El capítulo 24 de Mateo va dirigido a los discípulos, es decir, a quienes creen en Jesús y le siguen. Porque la Palabra de Dios no es un texto que pueda ser manipulado por nadie, sino una voz que hay que seguir. Dicho esto, el llamado que hace Jesús es a “estar preparados”: “velad porque no sabéis cuando vendrá vuestro Señor”. Y hace referencia a Noé y los tiempos de pecado y olvido de Dios. Se anuncia que, así como por un hombre fiel la humanidad tuvo una nueva (y desaprovechada) oportunidad, en Jesús, el Santo por excelencia, la creación entera será redimida del pecado para siempre.
El que está por nacer será llamado nuevo Adán, nuevo Noé, nuevo Moisés, entre otros nombres. Porque en el Niño Dios aparecerá el hombre nuevo que abre la puerta de la salvación y conduce a todos a una patria nueva. Sirva la imagen de Noé, al que, en su momento, pocos tomaron en cuenta, para advertirnos de la urgencia de volvernos hacia Aquel que viene. No desaprovechemos este tiempo de Adviento como tiempo de profunda esperanza y a la vez de sincera cooperación en la Promesa de Dios. Inicia para nosotros un tiempo litúrgico nuevo que nos invita siempre a mirar al futuro con fe, al pasado con agradecimiento y al presente con firmeza.
No se trata de volver a andar los pasos que quedaron atrás buscando falsas seguridades, sino que guiados por el Espíritu Santo, miremos a lo alto dejándonos guiar por la luz de un corazón habitado de esperanza. Adviento es el tiempo de María y de José, familia santa, primera Iglesia. Con ellos la humanidad entera se puso en camino en busca de la Paz y la Justicia que brotan de lo alto. Con Ma- ría y José, no busquemos caminos viejos; como ellos, dejemos que sea el mismo Señor el que nos muestre sendas nuevas.
