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  • Entre navajas y Evangelio: la vida entregada de Juan Acosta al servicio de Dios
  • Entre navajas y Evangelio: la vida entregada de Juan Acosta al servicio de Dios

    Barbero desde 2006 y delegado de la Palabra desde hace una década, Juan Acosta comparte una historia marcada por la disciplina, la fe y el deseo profundo de servir
    24 de noviembre de 2025 por
    Entre navajas y Evangelio: la vida entregada de Juan Acosta al servicio de Dios
    Digital

    Por Melvin Rápalo

    La vida de Juan Acosta es el testimonio vivo de que Dios puede construir historias profundas en medio de oficios aparentemente cotidianos. Con 37 años, barbero de oficio y delegado de la Palabra de Dios por vocación, ha aprendido que la verdadera plenitud se encuentra en servir a los demás sin reservas. Desde 2006 sostiene la máquina y la navaja que le han permitido ganarse la vida con dignidad, pero desde hace diez años también sostiene la Biblia, guía de su misión espiritual en la parroquia El Salvador del Mundo y en el Templo Natividad de María, en la comunidad de Nueva Flores.

    SERVICIO

    Ser delegado de la Palabra —un servicio tan vital en las comunidades rurales de Honduras, donde el sacerdote solo puede llegar algunas veces al mes— significa más que leer el Evangelio: es acompañar, consolar, escuchar, orientar y ser presencia de Iglesia en medio del pueblo. Su historia comienza en una niñez marcada por la disciplina de un padre exigente, a quien hoy agradece con madurez. Dice que de él aprendió el orden, la responsabilidad y la rectitud que lo han acompañado siempre.

    Fue a los diez años cuando la catequesis de Primera Comunión abrió la puerta para que conociera la vida de la Iglesia. Allí descubrió a Jesús, la Eucaristía y la cercanía de la Virgen María. Ese despertar espiritual no se detuvo: se integró a un grupo juvenil, luego fue monaguillo y estuvo a punto de ingresar al seminario. Aunque comprendió que su vocación no era el sacerdocio, sí entendió que su llamado era servir. Antes de tomar la barbería como oficio, aprendió carpintería con Esteban Alvarado, su padrino de Confirmación. Aquel taller –dice– le recordaba el trabajo de Jesús y fue clave para moldear su identidad. Pero siendo joven, a los 17 años, acompañó a su hermano a una barbería y descubrió un espacio donde podía trabajar limpio, tranquilo y con mejor ingreso. Aquella decisión trazó un camino que mantiene hasta hoy.

    ENCUENTRO

    Con el tiempo, la barbería se convirtió en sustento y plata- forma de encuentro con personas de toda clase social. En Honduras, donde la gente “le busca a la vida” con esfuerzo, creatividad y honradez, oficios como el de barbero se vuelven un punto de encuentro: allí se conversa, se desahoga, se ríe y también se evangeliza. En la Barbería Los Acosta’s, el lugar que comparte con su hermano, Juan reconoce que su mejor día no es aquel en que atiende más clientes, sino cuando puede dar una catequesis, formar delegados o visitar comunidades rurales que esperan con anhelo escuchar la Palabra de Dios. Actualmente es coordinador del decanato Inmaculada Concepción, una responsabilidad que –confiesa– exige constancia, organización y, sobre todo amor por las almas. En el plano personal, Juan se casó hace diez años y junto a su esposa sigue orando por el regalo de un hijo. Aunque no ha llegado todavía, asegura que Dios lo dará “cuando Él crea que es el momento perfecto”. Mientras tanto, agradece la bendición de un hogar en paz y un matrimonio sólido.

    GENEROSIDAD

    La barbería, dice Juan, le ha permitido conocer el corazón de la gente. En su silla se sientan personas con dinero y personas sin un centavo, pero él nunca ha negado un servicio por falta de pago. Recuerda con gratitud la historia de un hombre deportado que llegó con la esperanza de presentarse digno ante su madre después de muchos años sin verla. Juan lo atendió sin cobrarle y aquel hombre, agradecido, le dejó un reloj que resultó ser de oro. Para él, ese gesto fue una confirmación de que los actos de amor jamás quedan sin recompensa.

    RENACER

    Pero no todo en su vida ha sido recto. Juan habla sin temor de un capítulo oscuro que Dios transformó en gracia. Vivió un año apartado de la Iglesia, atrapado entre el alcohol, las fiestas y un estilo de vida que lo llevó a perderse a sí mismo. Entre risas superficiales y madrugadas en un billar, descubrió que el mundo ofrece alegrías que se apagan rápidamente. El punto de quiebre llegó cuando, tras una noche de descontrol, recibió una advertencia de un amigo que lo hizo tocar fondo. Ese día decidió parar, dejar la música, abandonar el ambiente y regresar a la Iglesia.

    El sacerdote Juan Ignacio Sepúlveda fue clave en ese retorno. Juan recuerda la vergüenza que sintió al entrar al templo después de un año lejos, pero también la misericordia con que el sacerdote lo escuchó. Aquella conversación, que comenzó como desahogo, se convirtió en un nuevo comienzo. Hoy sabe que Dios permitió ese año de oscuridad para que pudiera comprender, acompañar y levantar a quienes viven lo que él vivió. Por eso, cuando predica en las comunidades, no habla como quien juzga desde arriba, sino como quien conoce las heridas y ha descubierto dónde está la verdadera sanación.

    En las aldeas –donde muchas veces el sacerdote llega apenas una vez al mes– Juan ha encontrado un pueblo con hambre espiritual. Allí entiende mejor que nunca que la misión no es llenar templos, sino conquistar corazones. Y aunque la barbería le genera ingresos, su mayor riqueza es saber que Dios lo utiliza para animar a quienes llegan con el alma cansada. “Si no trabajo un domingo, puedo perder dinero”, reflexiona, “pero lo que gano sirviendo a los demás no tiene precio”. Por eso jamás ha cambiado una reunión pastoral por un día de ganancias. Sabe que, cuando se pone al servicio de Dios, Él se encarga de lo demás.

    HERMANDAD

    En este caminar, la presencia de su hermano Melvin, quien comparte con él el trabajo diario en la Barbería Los Acosta’s, agrega una dimensión familiar y humana a la historia. Sus palabras reflejan orgullo, gratitud y hermandad: “Para mí es un gran placer estar trabajando con mi hermano, estamos en familia; que siga motivado en lo que hace pues Dios nunca lo ha dejado; que nunca desmaye, que siga haciendo lo que a él le gusta, que es apoyar a la iglesia” expresa. La historia de Juan Acosta es prueba de que la santidad también puede construirse desde oficios sencillos. Entre máquinas, navajas y una Biblia siempre dispuesta, ha aprendido que Dios transforma, levanta, guía y nunca deja sin recompensa a quienes lo sirven con el corazón.

    en Familia
    # Barberos Delegados de la Palabra de Dios Historias que inspiran
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