Preocupa grandemente que terminen liderándonos termocéfalos que nunca quisieron sentarse a dialogar, que no buscaron consensos sino sembrar discordia, que fueron incapaces de respetar la democracia donde dos siempre serán más que uno
Preocupa, sí, preocupa grandemente todo el aparato, la maquinaria mediática y semiargumentativa que están desplegando los señores y señoras de la política en estos últimos días para echar al traste las legítimas aspiraciones de un pueblo que no quiere que, en su nombre, se destruya la fraternidad y los vínculos que medio nos unen, aún.
Preocupa, sí, preocupa grandemente la imagen que estamos dando a nivel internacional y la cavernaria manera de hacer creer al mundo que somos un país de salvajes en el que es imposible que se respeten las leyes, porque la única ley que cuenta es la que impone el caudillo, el dueño del partido, el todopoderoso que cree tener la piedra filosofal o la varita mágica para sacar oro de donde hay lodo, cuando lo único que le importa es su propio bien, y a costa de lo que sea y al precio que sea, es capaz de meterle fuego a todo con tal de prevalecer.
Preocupa, sí, preocupa grandemente el silencio de los que deberíamos estar defendiendo los valores de la democracia participativa, que se legitima en el cumplimiento fiel de la ley. Ley imperfecta, sí, pero al final ley. Dura Lex…
Preocupa, sí, preocupa grandemente que exista una amplia parte de la población resignada, auto convencida o engañada, que no ve salidas o no las quiere buscar. Que termina diciendo que: “todos los políticos son iguales”. Que nada va a cambiar porque dijeron que se cambiaría todo y lo único que cambió, en la práctica, es la anchura de la tumba que hemos permitido caven a nuestro alrededor. Que le prestaron más atención a ladridos y anuncios de mordidas que a la búsqueda de la verdad y al imperio de una justicia que no está controlada y que tiene precio.
Preocupa, sí, preocupa grandemente que los medios de comunicación quieran ser silenciados o utilizados para fines meramente partidistas. Un pueblo sin caminos de desahogo y críticos maduros está condenado al fracaso irremediable.
Preocupa, sí, preocupa grandemente que las pasiones, tan a flor de piel, se conviertan en un hervidero que nos termine quemando a todos, que nos absorba en un abrir y cerrar de ojos porque no fuimos capaces de atemperar los discursos. Todo porque estuvimos más pendientes de los comentarios, de los “tuits” o “x” de algunos que trabajar no pudieron, pero si se dedicaron a esperar que la gente leyera sólo los comentarios de “bots” o “trolls”, para que se creyeran más al discurso de odio que a la verdad.
Preocupa, sí, preocupa grandemente que terminen liderándonos termocéfalos que nunca quisieron sentarse a dialogar, que no buscaron consensos sino sembrar discordia, que fueron incapaces de respetar la democracia donde dos siempre serán más que uno.
Frente a todo esto, nuestra respuesta: no caer en el miedo, atrevernos a tener fe y no dejarnos robar la esperanza. Es la hora del pueblo, sí, el pueblo fiel a su libertad y no a la instrumentalización de su historia.