“No tengan miedo” nos dice hoy Jesús en un pasaje que serena y aclara muchas incertidumbres no solo de sus oyentes sino también de nosotros.
La expresión “no tengan miedo” se lee en la Biblia unas 365 veces, hasta convertirse en un llamado universal a confiar en el Señor. La expresión aparece en muy diversos pasajes, siempre con ese mismo fin de sostener nuestra fe en el amor de Dios. El miedo, en sus diversas formas y motivos, es un factor paralizante. En su origen se trata de una emoción primaria de protección ya que ante un peligro real el temor nos hace prudentes y permite buscar una defensa adecuada. Pero muchas veces el sentimiento de miedo surge de manera injustificada o desmesurada, lo que nos lleva a tomar decisiones equivocadas e innecesarias. Y no solamente el miedo físico, sino el moral y espiritual también son frecuentes en nosotros. Por ello decimos que hay una relación inversa entre fe y miedo. Tengo miedo por falta de fe, y si me falta la fe, dudo de todo.
Hablamos por tanto de una realidad muy presente en la condición humana y que en la mayoría de los casos nos perjudica y limita mucho. Por ello el Señor, como Padre bueno, nos invita a confiar en su grandeza y en su bondad. De alguna manera, tener un exceso de miedo expresa una desconfianza en la presencia amorosa de Dios en nuestras vidas. No lo olvidemos nunca, Dios está con nosotros, Él nos acompaña, guarda y sostiene.
El relato de este domingo se enmarca en la admiración de los judíos del boato del templo de Jerusalén, que quería expresar la grandeza y trascendencia divina. El problema fue cuando una imagen que refería a Dios se había convertido en un dios de piedra muerta. La presencia de Dios supera siempre las paredes de un edificio, por grande o hermoso que sea. Confundir un lugar santo con la plenitud de la santidad sería un reduccionismo. Y eso es lo que quiere corregir Jesús cuando anuncia la destrucción de aquel templo. La caída de Jerusalén era el fin de una ciudad, pero no era ni el fin de la historia ni el momento definitivo de la venida del Señor en gloria. Así mismo las guerras y tribulaciones, que los primeros lectores del Evangelio según San Lucas estaban sufriendo, aún con ser signos terribles, no indicaban la cercanía de tiempo final, que recordemos nadie conoce, sino solo el Padre del cielo.
Jesús explica que, más allá de situaciones contradictorias y difíciles, lo importante está en sufrirlas “por su causa”. El hombre y la mujer de fe no buscan la seguridad sino la fidelidad. Gozar del beneplácito de Dios no significa vivir sin conflictos y preocupaciones, sino afrontarlos “con firmeza”.
Pidamos al Señor la gracia de no dudar nunca de su presencia y aprender a leer los acontecimientos como desde la fe. No con resignación ni conformismo sino con esperanza y compromiso.